Hoy quiero contaros la experiencia que he tenido esta mañana.
Me he levantado dispuesta a recorrer la ciudad y con el propósito de andar y andar. En una pequeña plaza por la que he pasado estaba una señora muy mayor y bastante menudita sentada en un banco, con su barra de pan para darle de comer a las palomas.
La señora me observaba fijamente y pensé «Me apuesto cualquier cosa a que me va a hacer un comentario sobre mi peso». Estaba convencida de que lo iba a hacer porque ya me conozco esa mirada. He tenido numerosos encuentros con mujeres mayores que parecen tener una gran preocupación por el físico y peso de otras personas, aunque no las conozcan de nada, y son siempre muy elocuentes al expresarlo: «Tienes que dejar de comer, ¿eh?» , escucho que me grita desde su cómodo banco.
¡¡Booomba va!! Esto me enfureció, como podréis imaginar. Una parte de mí tenía TANTA rabia («¿Dónde se deja la gente los modales? ¡¿Qué coñ…?!» ) que se me pasaron por la mente, como varios flashbacks, todos los momentos en los que me había pasado algo similar en mi vida. Pero otra parte de mí quiso hablar con ella sobre lo que acababa de pasar.
Así que me fui directa hacia ella. La miré muy fijamente y, con mucha tranquilidad, le dije:
«Y usted no debería decirle a la gente lo que tiene o no tiene que hacer».
No perdí la compostura en ningún momento.
El diálogo que se entabló en ese momento fue algo así:
Mujer mayor: No, hija, pero no puedes estar tan gorda. No es bueno para tí.
Yo: Claro, porque eso yo no lo había pensado nunca. No creo que usted piense muy a menudo en cómo puede afectar a otra persona con sus palabras. Puede hacerle daño a mucha gente.
Mujer mayor: Tienes razón. No debería haber dicho nada.
Yo: Sé que no tiene usted malas intenciones, pero es algo tan sumamente irrespetuoso y tan obvio que no me está ayudando de ningún modo.
Mujer mayor: Pero, seguro que comes mucho, ¿a que sí?
Yo (respirando profundamente): A veces sí, a veces no. A los 9 años ya empecé con dietas y sólo comía verduras y todo a la plancha, pero nunca conseguí llegar a mi peso ideal… y era una esclava de «estar delgada», nunca me sentí bien.
Mujer mayor: Bueno, en ese caso haces otra dieta, y ya está.
Yo: No voy a hacer ninguna dieta. ¿Se ha parado a pensar en que igual soy feliz así?
Mujer mayor: No, no es bueno ni sano para tí.
Yo: Mis análisis médicos no dicen eso. Todos mis niveles están más que correctos. De hecho, están mucho mejor que los de muchas personas que son más delgadas que yo. No digo que no tenga que adelgazar, pero estoy perfectamente sana.
Mujer mayor: Pero no es bueno para tus rodillas. Mi hijo perdió mucho peso andando por las mañanas.
Yo: Eso es genial. El ejercicio es magnífico. De hecho, de eso vengo yo precisamente.
Mujer mayor: Oh, eso está muy bien.
(Sé perfectamente que muchos de vosotros estaréis pensando, a estas alturas, que es absurdo mantener una conversación como ésta. Yo también lo pensé en un momento dado, pero QUERÍA seguir hablando con ella, para profundizar más.)
Yo: ¿Sabe usted? Hay algo MUCHO más importante que hacer dietas y hacer ejercicio, y es mirar un poco hacia dentro, hacia las emociones. Porque nuestras emociones son las que dictan nuestra vida, lo que hacemos o dejamos de hacer.
Mujer mayor: ¡Por supuesto! Las emociones son súper importantes. Una persona puede sentirse muy insatisfecha con su vida, por ejemplo.
Yo: Claro que sí. Y si estoy insatisfecha con mi vida…puede que me de por comer, o por el alcoholismo, o por muchas otras cosas…para llenar ese vacío, por ejemplo.
Mujer mayor: Sí. El marido de mi hija se fue con otra. Tiró a la basura 21 años de matrimonio y dejó a 2 hijos sin padre. Si yo fuera uno de esos 2 niños, odiaría a mi padre por el resto de mi vida, ¡para mí habría muerto!
Yo: Lo siento por su hija.
(Un grupo de chavales pasaba en ese momento de vuelta de un after que había cerca. Estaban borrachos y algunas de las chicas llevaban faldas súper cortas)
Mujer mayor (mirándolas con desprecio): ¿Te puedes creer que alguien se vista así? No me gusta la época en la que vivimos. Cuando yo era joven y me casé con mi marido, fui virgen hasta el matrimonio. Yo no sabía cómo se metía aquello, ni tampoco si iba a caber entero, o si se iba a tronchar cuando entrara…¡Por favor, si yo no supe lo que era el clítoris hasta que tuve mi tercer hijo! ¡Y tuve 4!
(En ese momento las dos empezamos a reírnos. Me empezaba a caer bien la mujer.
La conversación se estaba desplazando poco a poco y ella me iba contando cosas sobre sus hijos e hijas, sus infortunios, las cosas que no le gustaban de la vida moderna, cómo el ganar mucho dinero había corrompido a su otro hijo, que había engañado a su mujer y casi la abandona, pero se arrepintió y ella le perdonó. Esta mujer tenía muchísimas creencias limitantes sobre el dinero y sobre muchas otras cosas. No discutí con ella sobre el tema…No tenía motivos para hacerlo. Además, si lo hubiera hecho aún seguiría allí hablando con ella
Estaba preocupada; le preocupaba su familia y le preocupaba mi físico, aunque yo era una completa extraña. Puede que estuviera aburrida. Quizás se sentía sola.)
Mujer mayor: ¿Sabes? No debería haberte dicho eso. Pero veo que tienes una cara preciosa, eres muy agradable y muy joven…¡es una pena que estés tan gorda!¿Y qué me dices de los chicos? ¿Te hacen caso?
Tenía una sonrisa un tanto hiriente cuando hizo esta pregunta. Yo le respondí con otra sonrisa:
Mi novio tenía un trabajo en su pueblo que no le pagaba demasiado. También tenía otros trabajos temporales que le salían. Cuando a mí me dieron la noticia de que me contrataban por dos temporadas con un sueldo bastante bueno, se lo dije – aquí ella ya estaba preparándose para decirme lo mucho que sentía que no estuviéramos juntos cuando yo continué- ¡y él decidió dejar aquello y venirse conmigo! Creo que puedo decir, con cierta certeza, que nos queremos mucho y que los dos estamos muy contentos de poder pasar nuestro tiempo juntos.
Mujer mayor (visiblemente sorprendida): ¡Oh!
Yo: Realmente, él cree en mí y quiere verme, ante todo, feliz…él es un mayor apoyo para mí que yo misma, la mayoría de las veces. Estoy trabajando precisamente en eso…en quererme yo más.
Mujer mayor: Eres buena persona.
Yo: Usted no tiene que sufrir por mí. ¿Cómo se llama?
Mujer mayor: Ester.
Yo: Ester es un nombre muy bonito. Encantada, Ester. Soy Lara
Ester: ¡Qué nombre tan bonito!
Yo: Gracias Ester. ¿Sabe usted? Muchas personas me han llamado gorda en mi vida.
Ester: ¿ves?
Yo: ¿Sabe usted lo que pensé cuando me gritó antes? Pensé «No le hagas caso a la vieja, Lara»
Ester: Eso tendrías que haber hecho.
Yo: Pero quería hablar con usted. Muchas personas me hubieran dicho que a nadie le merece la pena hablar con gente como usted.
Ester: Ya…y tendrían razón.
Yo: Pero quería hablar con usted para hacerle saber cómo me ha hecho sentir. Usted no lo sabe, pero si me hubiera hecho ese comentario hace 2 ó 3 años, probablemente me hubiera ido a casa con un cabreo descomunal, habría llorado, muy probablemente, de impotencia, y luego me habría vuelto a cabrear muchísimo.
Ester (sorprendida): ¿En serio? No hombre…
Entonces me quedó bastante claro que igual esta mujer se había sentido poco escuchada en su vida, ya que no se podía creer que sus palabras hacía mí me pudieran impactar tanto. Y, además, me lo había dicho de forma muy directa antes cuando respondió…»Eso tendrías que haber hecho, no escucharme».
Ester: Eres muy maja. No prestes atención a lo que te he dicho. No debería haberlo dicho. Tú, aunque fueras el triple de lo que eres ahora, no me importaría. ¿Por qué tendría que importarme?…es sólo que veo que eres bonita y muy joven y me da pena.
(Un poquito de contradicción, pero se estaba disculpando a su manera)
Yo: Tengo 28 años. No estoy aquí para darle lecciones, claro.
Ester: Fíjate, yo tengo 82. La misma edad, pero al revés.
Yo: ¿Sabe usted? Yo quería hablar con usted, no para darle lecciones, pero para que usted supiera el daño que le puede hacer a la gente al comentar sobre su físico, sin saber siquiera si tienen un problema hormonal, emocional, una depresión,… ¡usted no sabe nada de sus vidas! Ya sé que lo hará usted con buena intención, pero eso jamás ayudará a nadie como usted cree que ayuda. De hecho, en el 99% de los casos, por no decir en el 100%, tendrá el efecto TOTALMENTE contrario.
¿Sabe usted que yo he perdido 3 kilos en dos semanas simplemente por centrarme en mis emociones, sin hacer dieta ni ejercicio ni nada? Hay muchísimas más cosas dentro de nosotros que las que se ven a simple vista.
Ester: Ah,¿si?, ¿3 kilos? A ver si sigues…
Yo: Por eso mismo le estoy diciendo…usted no sabe si la persona YA está cuidándose y cuando le lanza ese comentario, hace que piensen «¿Y me merece realmente la pena hacer el esfuerzo?» o «¿En serio se van a meter conmigo ahora que estoy motivada poniéndole remedio?», cosa que me ha pasado a mí en varias ocasiones, y es muy desalentador…o a lo mejor simplemente irritias tantísimo a esa persona, que se va a casa sintiéndose fatal, de manera totalmente gratuita e innecesaria.
Yo pienso seguir perdiendo peso de esa manera…sin obsesionarme con las dietas y el ejercicio…eso ya vendrá solo cuando arregle mis emociones, porque me apetecerá cuidar de mí misma.
Ester: Espero que lo consigas.
Yo: ¡Uy! No espere usted, tranquila. Lo VOY a conseguir.
(Ella sonrió. A mí no me salió la sonrisa en ese momento)
Ester: ¿Sabes? Me da vergüenza haberte dicho eso. Si le cuento a mis hijos lo que me ha pasado contigo…¡me ponen verde! Así que no les voy a decir nada.
Yo: ¡No, hombre! Al revés…cuéntales todo lo que pasó…y que, al final, hablamos de un montón de cosas y compartimos una media hora interesante.
Ester: De verdad que lo siento, hija.
Yo: Si yo sé que usted lo dice con buena intención, Ester. Pero le voy a pedir una cosa…la próxima vez que vaya a gritarle a alguien una frase tan desagradable, piense primero en cómo les hará sentir. Puede herir muchísimo a alguien con sus palabras.
Ester: Eres, de verdad, una buena persona. Espero que consigas tu trabajo. -Yo le había contado que tengo audiciones para un trabajo fijo, y ella me había contado que colaboraba asiduamente en la iglesia, en Cáritas y en muchos sitios más… (a parte de sus aportaciones totalmente desinteresadas a personas extrañas, a quienes recetaba fórmulas mágicas para elevarles el espíritu, a base de gritos dietéticos…)
Yo: Ester, si consigo el trabajo, me pasaré por aquí más a menudo, para que podamos charlar más.
Ester: Muy bien, yo vivo ahí (me señala su casa). Ha sido un placer conocerte, Lara. Cuídate y ¡mucha suerte!
Yo: ¡Cuídate, Ester! Y encantada de conocerte, también.
Esto es todo lo que recuerdo de la conversación. Fue bastante dura. Muchos señores y señoras mayores, y no tan mayores, aquí en España hacen lo que Ester, se dedican a entrometerse en la vida de los demás. No son conscientes del daño que hacen. Siempre hablamos de que la juventud no tiene respeto. ¡Pero vaya con el respeto de la tercera edad!
He recibido millones de comentarios, consejos y preguntas sobre mi peso a lo largo de mi vida, y siempre, sin excepción alguna, he salido de todas esas interacciones sintiéndome avergonzada de mí misma, más acomplejada, exhausta de querer «explicarme» y/o «defenderme», a menudo contra gente que sólo te ve como una gorda sin voluntad, me he sentido agredida y tremendamente enfadada con ellos, y también conmigo misma, por no saber poner las cosas en su sitio y darme MI importancia y lugar en mi propia historia. Y todo esto incluye, POR SUPUESTO, a amigos y familiares que me han contribuído a engordar este tema.
Le dije a Ester que quería hablar con ella porque quería que supiera todo esto y porque pienso que cualquier persona, por mayor que sea, puede cambiar. No importa la edad. Y Ester ha sido un clarísimo testimonio de esto mismo, de una persona que rápidamente, y olvidándose de su orgullo, me pidió perdón varias veces por su falta de tacto. Puede que Ester olvide esta historia mañana mismo, o quizás la recuerde mucho tiempo…¿Quién sabe?…O puede que incluso le cuente nuestro encuentro a sus amigas, y de esa manera ayude a crear una mayor conciencia social sobre este tema.
Pero, lo más importante es que, fue mi manera de FINALMENTE apoyarme a mí misma. Por todas aquellas veces que me he fallado al dejarme mangonear de esta manera, dejando que la gente opinara y me zarandearan sin que yo hiciera nada por evitarlo.
En esas ocasiones estaba, indirectamente pero de manera muy clara, mandándome un mensaje a mí misma que decía «Tienen razón. Eres gorda, ¿qué quieres? Es normal que la gente comente…¡Te lo mereces!». Todos esos mensajes eran los que me calaban profundo, ¡sin yo saberlo!, cuando me perdía el respeto al no «defenderme».
Es desolador.
Simplemente hoy decidí que no quería seguir siendo mi peor enemiga.
Nunca pretendí pelearme con esta mujer. Pero no me iba a ir sintiendo que no había hecho nada para parar este… ¡Bullying!
No sé cómo reaccionaré si esto pasara de nuevo, pero me gustó la conversación con Ester. Ella se abrió a mí, yo me abrí a ella. Llegué a ver un lado de ella que no pude ver al principio, y comprendí algo mejor de dónde venía ella y de dónde provenían sus comentarios. Pero, lo más importante de todo, me planté y luché por mí misma, con respeto y amor.
Para todas las pequeñas Laras que alguna vez se sintieron fatal y abusadas verbalmente.
P.D: Muchas personas que nunca han tenido problemas de sobrepeso no comprenderán ni la mitad de las emociones de las que hablo aquí. Otras muchas sí que lo harán, independientemente de su peso. Pero, al final del día, lo importante es que tú mismo/a te comprendas y te quieras. Y para eso tenemos toda la vida.
-Rakubaba